Lo primero que es importante entender, es que la maternidad no es instintiva.
La concepción de la maternidad como instintiva, es la primera idea que hay que deconstruir para empezar a comprender la importancia de cuidar a la madre durante el embarazo, el puerperio y los primeros años de vida del niño o la niña.
El maternaje es una posición psíquica a la que se llega o no se llega.
Una mujer, más allá del hecho biológico que le permite ser progenitora, llega al proceso del maternaje a partir de las distintas experiencias que pudo ir resignificando de su propia historia, y de la historia con su propia madre. Por este motivo, es tan importante deconstruir la idea y la mirada sobre la maternidad como algo instintivo.
El proceso de maternaje lejos está de ser ideal, y es un proceso que se va instaurando con el correr de los días, es una posición psíquica que se va armando y que no necesariamente se logra.
Cuando la mujer, además de progenitora, logra llegar a la posición psíquica del maternaje, es cuando puede encontrarse con su bebé recién nacido/a y alojarlo/a como hijo o hija. Para que esto sea de manera más cuidada, el entorno tiene que poder acompañar y cuidar las necesidades de la madre.
El entorno cuida a la madre a partir de entender sus necesidades emocionales; a partir de entender que el embarazo en sí mismo no sólo genera cambios físicos y hormonales, sino que también genera cambios psíquicos, por lo tanto, es necesario entender al embarazo como una crisis vital y evolutiva.
La mujer, para poder convertirse en madre, debe llegar necesariamente a la posición psíquica del maternaje, y en el encuentro con el niño o la niña, alojándolo como hijo o hija, desarrollar las competencias maternales que le permitirán al niño o la niña no solamente nacer biológicamente sino también psíquicamente. Es decir, la madre no sólo gesta biológicamente, sino que, en sus propios procesos intrapsíquicos, también gesta psíquicamente al niño o la niña.
Por eso, la maternidad no es algo instintivo.
Cuando hablamos del embarazo y la maternidad como una crisis vital, es importante entender que dicha crisis puede ser ubicada como algo circunstancial o vital, que puede darse en conjunto con otras crisis: crisis familiares, crisis sociales en las cuales la madre está inserta, crisis personales, entre otras.
Es muy importante entender que la persona en crisis puede sentirse atada o incapaz de abordar situaciones que sean nuevas.
Entonces, cuando hablamos de una crisis vital evolutiva, entendemos que la maternidad ya es una crisis suficientemente importante.
Una crisis por la que la mujer atraviesa, y tiene que instrumentar recursos y estrategias de afrontamiento para atravesarla lo mejor posible.
Si a esa crisis vital (que, en el mejor de los casos, es en una situación amena, acompañada, sin problemas mayores) se le agregan otras crisis del entorno, como situaciones familiares o de pareja, o crisis sociales, estamos ante una situación en donde la maternidad y la posición del maternaje van a presentar mayores dificultades para ser alcanzadas.
Con lo cual, según cómo ayudemos a una mamá recién nacida (porque vamos a hablar también de una mamá recién nacida, porque una mamá siempre nace, más allá de la cantidad de hijos que tenga, ya que existen tantas madres como hijos o hijas tenga una mujer) serán sus posibilidades de alcanzar con mayor o menor éxito, la posición del maternaje, y las competencias maternales que dicha posición habilita.