Es inherente al ser humano la pertenencia al grupo. Desde el nacimiento, ya somos miembros de distintos espacios psíquicos intersubjetivos desde los cuales nos es transmitida por vía psíquica, la formación de ideales, las referencias identificatorias, las representaciones, los mecanismos de defensas, creencias, mitos, ritos e ideologías.
En la concepción del sujeto psíquico como inseparable del grupo, es donde se entrecruzan la transmisión intrapsíquica y la intersubjetiva.
La familia es el grupo primario y el espacio originario de la intersubjetividad, donde el/la niño/a hereda el material psíquico indispensable a través de sus filiaciones materna y paterna. Cada familia posee sus mitos familiares que son transmitidos de generación en generación, como parte de la identificación que construye dicha familia.
Estas representaciones suelen tener una función estructurante: contribuyen a la cohesión familiar, a su equilibrio psíquico, refuerza su identidad y permiten que los miembros de una familia nuclear sientan la pertenencia a un linaje, y esto a su vez se concreta en un sistema de reglas, funciones de los miembros y reparto de roles.
La celebración de bienvenida al recién nacido o la recién nacida, permite incorporarlo en dicha historia trangeneracional y otorgarle un lugar dentro del linaje. Por este motivo, es que se vuelven importantes dichas celebraciones, como ritos de paso no sólo en la historización del niño o la niña, sino también en la legitimación de la madre y el padre como formadores/as y transmisores/as de la historia de ese niño o esa niña.