El nombre como acto simbólico, no sólo tiene relevancia a nivel de lo subjetivo, sino también a nivel de lo antropológico.
Levi-Strauss aísla tres funciones en la atribución del nombre propio: identificación, clasificación, significación. La función distintiva que consiste en sentirse reconocido, a través de la enunciación del nombre, varía de sociedades en sociedades. Por el nombre, toda persona es individualizada en el seno de un grupo más o menos amplio.
El nombre aparece generalmente como uno de los aspectos fundamentales de la persona y su estatuto, refiere a los componentes físicos, psíquicos y sociales de la persona.
Por este motivo, el nombre es el medio por el cual la sociedad identifica y singulariza a sus miembros, atribuyéndole diversos significados y sentidos, en función del lugar que el niño o la niña ocupa en el deseo y la fantasía de la madre y el padre. Por ende, se buscarán nombres que permitan pensar e imaginar al niño o la niña y su posible subjetividad, además del lugar que se le otorgará en el entramado generacional.