Cuando hablamos de Parentalidad, hablamos de funciones que pueden ser desplegadas por distintas personas en el proceso de crianza. El ser humano, tiene un desarrollo mucho más lento, que el resto de las especies, y dependemos de un otro o una otra para sobrevivir. La cría humana depende de su madre y de su padre, y sus necesidades no pueden ser satisfechas por fuera de este núcleo, donde se juega el cuidado, pero también el deseo, el amor etc. Por lo tanto, a partir de estas primeras experiencias de satisfacción que surgen de la alimentación, mediante la madre, es que se constituye el desarrollo pulsional del niño o la niña.
Cuando hacemos referencia a la función materna, entendemos que el/la niño/a, al nacer, es recibido/a en el seno de una relación simbiótica con su madre: no sabe diferenciar la realidad externa de la realidad interna, es decir, a la madre de sí mismo/a, y por tanto todo lo que acontece para él/ella, acontece en el mismo espacio físico, mental o psicológico que comparte con ella y siente como propio. El niño o la niña demandará masivamente a la madre, quien desde su propio deseo lo satisfacerá, creando la ilusión de omnipotencia que luego deberá decaer para desilusionar al niño o la niña, y dar lugar a la dependencia relativa llevándolo/a finalmente a la independencia.
Ahora bien, para que todo esto suceda, debe presentarse también la función paterna.